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La dura realidad

Me encanta Fernando. Y Andrés. Y Eduardo y todos mis amiguitos virtuales. Pero, me da pánico conocerlos en persona. Están muy bien ahí, guardados en el celular, simpáticos como se puede ser por escrito —un poco cargantes de vez en cuando— y lo suficientemente interesantes como para hacerme leer sus mensajes.

Pero, de lejos.

El que sí anda de cerca, es Mauricio. El hombre que me rescató del matrimonio atroz al que me fui a meter. El viernes estaba en llamas chateando con mis amigos virtuales y se me ocurrió sacar un pantallazo y enviárselo, haciéndome la chistocita, para que me diera su opinión. Me mandó un «jaja» y nada más. Dos copas de vino después, lo llamé. Y nos reímos tanto, que fue a mi departamento, a seguir riéndonos.

Dos botellas de vino más tarde, me contó su divorcio. Y sólo puedo decir que hay mujeres malas que nos andan haciendo pésima publicidad al género entero. Lo extraño, es que cuando quise hablar mal de ella, me paró los carros. ¡La defendió! Y ahí me di cuenta que no hay mucho espacio para mi en su vida, así que mejor, me retiro. Bostecé como nunca lo había hecho en mi vida y entendió que tenía que irse.

Nos despedimos y decidí no llamarlo más. No está disponible. Me eché mis cremas, me acosté… Tomé el celular y volví a la carga con el coqueteo on line.

Lo que parece absurdo, sabiendo que el hombre que sí me interesa acaba de irse de mi casa.


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